A esta altura, hacer de un deporte con resultados históricos y aburridos contenido de calidad es la principal virtud de Drive To Survive. Hace unos años era un problema. ¿Cómo mostrar la F1 sin hablar con el campeón? Pero en vez de acatar las demandas de Verstappen —que pretendía decirles cómo contar la historia— los hacedores de la serie pusieron quinta a fondo. Si ves la nueva saga sabiendo lo que pasó en 2023 te llevás una sorpresa. Si no, tanto mejor.
Hay un episodio dedicado a un piloto que duró diez fechas. Otro a su reemplazo, que a principios de año ni siquiera estaba en la categoría. El jefe de la peor escudería tiene su despedida. La relación entre dos amigos de la infancia que corren juntos y se detestan es de lo mejor de la temporada (terminan undécimo y duodécimo). Y el clímax es la lucha para definir ¡el segundo en la competencia de constructores! Drive To Survive atraviesa el fárrago de los olvidados y muestra que al mando de esas máquinas brillando a 250 km/h en 4K hay tipos imperfectos, derrotados, humanos.
Después de todo, lo más interesante del documental sobre Schumacher de la misma plataforma no es recorrer su infancia, ver cómo se volvió el mejor o entender cómo la familia lidió con su accidente. Era él quien perseguía a Senna cuando Ayrton se fue de pista en Tamburello. Allí su omnipotente juventud —que lo llevaba a choques literales y figurados con él en su lucha por sucederlo1— vislumbró la fragilidad que sostiene la farsa. Es poderoso saber que esos tipos también se sienten así. Ganar todo no tiene gracia. Hinchar siempre por el ganador tampoco.
Cien (millones). Mil (reproducciones). Tres (centavos). El comunicado con el que Spotify anunció cambios en su repartición de regalías (y otras novedades) pone en números lo que llama «pagos perdidos», eufemismo para esos temas cuya ganancia, afirman, no llega a sus autores. Por una combinación en apariencia ajena a ellos —lo que cobran los bancos, lo que retienen las distribuidoras— cuarenta millones de dólares al año quedan «olvidados». A partir de 2024 ese dinero será reasignado. Si tu música tiene menos de mil reproducciones anuales —unos treinta verdes— en vez de hacer poca plata directamente no va a hacer plata.
Me recuerda a la discusión sobre la audiencia del cine argentino, otra muestra de lo cuantitativo como barómetro de relevancia. Si bien se escribió a favor y en contra del modelo, lo más importante está en la aparente diferenciación entre profesionales (los que superan el umbral) y amateurs (los que no). Es devastador para estos últimos que su principal plataforma de difusión los considere irrelevantes. Colabora en la reflexión otro número esclarecedor: según Spotify, el «99,5%» de la plataforma genera dinero. ¿Quién querría ser parte de ese vergonzoso 0,5%?
Un sabio dijo alguna vez que los pocos que compraron el primer disco2 de Velvet Underground armaron una banda. Esta parábola sirve para recordar que es imperioso defender valores que no se transmitan en forma binaria. La historia está hecha de algo más que cifras. Aunque podamos medir el tiempo en minutos, hace falta mucho más que eso para explicar su transcurrir. Esa materia es algo vivo, cambiante, y depende de nosotros afinar la percepción para no igualar lo que el mercado considera como «perdido» u «olvidado» con lo que queremos conservar en nuestras memorias.
Hay bastante descaro en la construcción de la propia narrativa. Sobran ejemplos —a mí me gusta el de Jeff Buckley— y cada vez surgen más formas de crear una historia verosímil, inventando una realidad que parece haber estado siempre ahí. Por ejemplo, ¿cómo nos perdimos los casi cincuenta discos de Oli Heffernan bajo su nom de plume Ivan The Tolerable? En cualquiera de los artículos sobre este polímata se citan su carácter prolífico, su inquietud permanente, la forma compulsiva en que compone y graba. Heffernan no se preguntó si había un público allá afuera. Simplemente hizo y esperó.
En mayo del año pasado, Oli cumplió un sueño —o lo que es lo mismo, un capricho— más. Quería grabar en el estudio de ATA Records en Leeds, pero su dueño Neil Innes sólo se lo alquilaba por un día. Así que ahí fue, acompañado por dos de sus laderos. Tocaron hasta el atardecer. Infinite Peace, un viaje heterogéneo a través de vertientes jazzeras contemporáneas, es el resultado. Cuesta creer que todo lo que se hizo aquí haya sido sin un plan más que el de recorrer las posibilidades del ansia creativa. Pero, dice la mitología, así fue.
Sus ochenta minutos, distribuidos en trece piezas —doce propias más un original de Archie Shepp— acumulan menos de mil reproducciones3, lo que los hace invisibles a los ojos del mercado. La táctica (anti)comercial de Heffernan hace recrudecer esta tendencia, amén de alimentar el mito. Escuchándolo, sin embargo, nos damos cuenta de lo poco que importa eso. Infinite Peace, apropiado nombre, nos hace fácil la travesía hacia ese lugar. Y una vez que acallamos el ruido, lo que queda no es otra cosa que música.
En 1970, cansado del poco éxito de Velvet Underground —y de que su prestigio fuera a partir del padrinazgo de Warhol, no su música— Lou Reed renunció. No tenía un mango, a punto tal que volvió a lo de sus padres en Long Island donde su viejo, contador, lo empleó como mecanógrafo por cuarenta dólares semanales. Ese tiempo “perdido”, casi un año, le permitió concentrarse lo suficiente como para lanzar su carrera solista. En su ausencia el mito creció, y al volver lo recibieron como un héroe de New York. Nunca miró atrás. ¿Podría pasar algo así en nuestros días?
En vez de arrumbarse en una batea, los discos languidecen en lo profundo de un listado interminable. Es un olvido difícil de soslayar. Hace falta mucha búsqueda para remendar la configuración del algoritmo, que torna una obra irrelevante y entierra su influencia en favor de lo que genera ganancia. No todo está en ese 0,5%, pero hay mucho por descubrir ahí. El disfrute artístico no es una transacción comercial sino un hito inherente a la experiencia humana. Que los números no nos hagan confundir.
Para terminar, una propuesta. Hace tiempo hice unos podcasts y quisiera revivir el formato con una lectura de estas entregas. Pero les dejo la decisión a ustedes, suscriptores y lectores. Los invito a una breve encuesta, agradeciendo por anticipado sus respuestas. Hasta la próxima.