Pasé un buen rato con Filterworld de Kyle Chayka1. Es la elongación de una idea que tuvo en 2016, cuando debutó en el mundo de los neologismos con "Welcome to AirSpace" —un análisis de la estética que sobrevino al auge de Airbnb— y puede resumirse en esta máxima: el algoritmo homogeneiza al contenido. Al ofrecerle al usuario más de lo que acostumbra consumir, (pre)determina su paladar. De la misma manera, los creadores saben que lo que está fuera de parámetro tiene pocas chances de subsistir y se ajustan (o limitan) en consecuencia.
Me interesa su hipótesis. (Hasta escribí algo parecido.) Chayka toma el ejemplo de Airbnb, que supo popularizar, y lo hace extensivo a esos cafés —llamados, en una iranía deliciosa, "de especialidad"— que proliferaron merced a una idea (made in Instagram y Pinterest) de buen gusto, hospitalidad y cosmopolitismo. Para describir la ilusión de elegir, se recuerda viajando por el mundo sólo para terminar en lugares que le dan la sensación de ser tan propios como impersonales, tan únicos y acogedores como genéricos y deprimentes.
Resulta válido cuestionarse si ese suéter es tan original, o si ese scroll interminable es tan interesante2. Filterworld se pone bueno cuando Chayka, para liberarse del mundo al que refiere el título —mediado hasta en las decisiones más ínfimas por una lógica opaca, ajena— elimina las apps algorítmicas. Su ayuno no dura más que unos días, pero el efecto en su proceso de decisión y su percepción del entorno es rotundo. «Mi ritmo de consumo cambió y se hizo más deliberado […] los feeds me parecían caóticos y demasiado acelerados». ¡Así que así se sentía usar el cerebro!
Parece difícil reconocer el arresto de un CEO o la prohibición de uso de un sitio web como emancipación. Pero —al menos para la autoridad cada vez más vaporosa de los estados nación contra las corporaciones como soberanos— se siente, bueno, ¿un poco bien? Las llamadas "redes sociales" afectan nuestra realidad granjeándose un poder creciente (y desregulado). Si hubo un tiempo histórico al que aplicarle el legendario «el producto sos vos», es este. Pero no es sólo tu identidad destilada en datos lo que venden: está en juego tu autonomía. El bazar bartiano ha comenzado.
Hace un tiempo, el baterista de Galaxie 500 Damon Krukowski contó algo interesante sobre los riesgos de confiar en el aparato. Un tema suyo, no de los más exitosos, era sin embargo un hit en Spotify. ¿Por qué? Por la funesta función llamada autoplay y su alquimia. Al parecer, "Strange" —la canción en cuestión— era considerada una de sus composiciones con más chances de gustarle al público objetivo, el mismo para el que están diseñadas las playlists de descubrimiento y su nueva arma, el DJ personalizado. Un usuario cuya ilusión de amplitud tiene el horizonte finito de una burbuja.
Numerosos reportes indican que el íntimo disfrute de escuchar música no sería tan privado como parece en una app. Pero esta no es una llamada a ponerse el sombrero de papel aluminio. Apenas un intento de recordar lo obvio: la otrora amplia pastura de internet —que ya era un espejismo— hoy es un corralito bien (de)limitado. El efecto de nuestro habitus online en el cerebro ha sido estudiado, pero no en lo que hace a los sentidos. En 1757, David Hume escribió que «es natural buscar un estándar del gusto». Casi trescientos años después, el algoritmo quiere tener la respuesta.
También disfruté bastante aprendiendo sobre el proceso creativo y las musas de Mary Ocher. Es una auténtica expatriada: nacida en Rusia, criada en Israel y hoy afincada en Alemania. Ese trasfondo sociocultural es clave para entender su obra. Gran parte de la ilación que conduce a través de ella critica al autoritarismo y las convenciones, pero no quiere decir que haga canciones de protesta. Ocher no es condescendiente, ni fabrica hombres de paja. Más bien alienta la construcción de un camino alternativo a partir de sus ideas sobre el mundo que la (nos) rodea.
Ideas es lo que abunda en Your Guide To Revolution, séptimo disco de Ocher. Grabado en conjunción con su antecesor Approaching Singularity —un ensayo sobre la vigilancia y el control que ejercen las corporaciones y los países— Your Guide… se distingue por un acercamiento oblicuo a la taxonomía pop. Su centro musical es la reinterpretación de una versión de Dorothy Ashby del Rubaiyat —obra de múltiples manifestaciones en sí misma— pero es en su núcleo ideológico donde más se aprecia el desparpajo de Ocher. La crisis de los refugiados, la ocupación de Palestina, el bullying, todo convive en su caleidoscópica pluma.
Hay una toma de posición en Your Guide To Revolution, sintetizada de forma preclara en su título. Este disco no puede (ni quiere) ser un manifiesto, pero expone una idiosincrasia y una serie de claves para cambiar nuestra realidad, si es que eso fuera posible. Mary Ocher nos revela su mundo privado —hecho de obsesiones, gustos y puntos de vista, como el de cualquiera— así entendemos que el arte no tiene que ser un producto del genio ni la consecuencia calculada de un designio maquinal. También puede ser una forma de vivir la vida.
«De un millar de afirmaciones, una será cierta», afirma Hume, «por el contrario, entre mil sentimientos despertados por un objeto, no habrá uno verdadero». Tal es el secreto del gusto: las opiniones son como los ojetes. Cualquier serialización de lo inherente al ser humano está en tensión con la misma esencia que nos hace un llamamiento cada vez que nos cruzamos con una realidad de la que no hay escape. Esa invocación pone la atención en los colores y no en las líneas. Es el espíritu que nos dice que hay algo más ahí afuera.
Hace más de cien años, Rudyard Kipling reaccionaba a los horrores de la primera guerra con un poema memorable. «Nuestro mundo ha perecido»3, afirmaba no sin razón, pero no le endilgaba todo al nazismo. «Derrocados por el desenfreno, no nos queda otra cosa más que hierro, piedra y fuego». Hay una batalla ahí afuera: la de nuestro libre albedrío contra la uniformidad disfrazada de consumo. Su ejército ya no trae consigo los elementos que aludía Kipling, sino un arsenal para estandarizar lo que somos hasta volverlo un dataset. ¿Qué hacer entonces?
Como casi todo en internet, eso también se contesta con un meme. Lo que se espera de nosotros es una única decisión: la que nos lleva al loop infinito del desenfreno por el contenido y su deriva transaccional. En ese tobogán la caída es vertiginosa. Zygmunt Bauman —quizás el primer y mejor teórico del consumismo posmoderno— escribió que esos «placeres frágiles y fugaces» llevan «a la pobreza espiritual perpetua, a la infelicidad permanente». El primer paso para dejar de correr es parar. Estando en el medio del camino podés mirar lo que te rodea. ¿Te gusta lo que ves?
La desvergonzada traducción es propia.